Inefable
Por Aníbal Parodi (Docente de Taller Scheps)

 

Visitar el Panteón en Roma es una experiencia transformadora. Imprevisiblemente transformadora para alguien que con 25 años o menos viene desde hace varios meses desafiando la sorpresa día tras día. Un espacio interior portador de un orden geométrico conocido, preciso y, bajo ciertos parámetros, hasta fácil de describir: un tambor cilíndrico sobre el cual descansa una cúpula semiesférica  perforada por un óculo cenital. Un interior capaz de albergar una esfera de 150 pies (43,44 metros). Pero todo eso resulta insignificante frente a la experiencia hipnótica de ingresar en su interior. Nada en la experiencia previa que lo preanuncie, nada en la posterior que lo iguale. Cuando entré al Panteón, mi velocidad mental, acelerada por meses de estímulos ininterrumpidos, quedó en punto muerto. El tiempo se detuvo y la fascinación se instaló para quedarse. Entré una vez y fueron varias las que intenté salir. Y no era la multitud de turistas la que me lo impedía. La imposibilidad era interna. Cuando me aproximaba al portal de salida, el vientre del arquitecto me atraía magnéticamente a su centro.  Y esto ocurrió varias veces. La vista no alcanza a abarcar, la luz tiene más matices de los que resulta posible absorber, las infinitas texturas que cubren su interior tienen demasiados rincones escondidos en la expuesta y rítmica repetición de sus casetones y columnas y pilastras. El Panteón es, dentro de mi experiencia espacial, la más cercana a lo inefable. No hay dibujos, no hay fotos, no hay texto con el cual haya logrado acercarme lo suficiente como para quedar medianamente satisfecho. Tal vez sea hora de dejar de intentarlo.

Publicado por | 10 de octubre de 2013 - 00:56 | Actualizado: 16 de octubre de 2013 - 20:04 | PDF

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