La mancha I
Por Florencia Dumas (Estudiante del Grupo de Viaje 2013)
En las ciudades grandes, (que son todas las que visitamos, si comparamos con Montevideo) un puñado de orientales pasan desapercibidos.
Un montón más de gente para el río de masas, parte del anónimo tránsito de la ciudad, apenas individualizables por alguna etiqueta de tarjeta celeste en la mochila o por un incamuflable mate.
Más allá de eso, somos gente, otra gente que se suma a los turistas, a los ciudadanos, o a los inmigrantes ilegales.
Pasa casi siempre, menos en las ciudades japonesas.
Somos diferentes, reconocibles, nos volvemos la mancha en la alfombra.
Un grupo bullicioso en el silencio nipón, corrompiendo todo orden preestablecido, toda norma y toda costumbre. Un poco por no entender, sumado a la impunidad que da moverse en multitud.
Pasados algunos días, la caótica muchedumbre que corría con valijas para no perder el tren y pasaba molinetes a prepo, se va desdibujando. Nos civilizamos, llamamos menos la atención. Aunque no logramos camuflarnos del todo, somos parte de la masa nuevamente.
Hasta que una estrepitosa risa corrompre el respetuoso silencio; o unos pocos cruzan un semáforo en rojo ante la atónita mirada de los nativos, que inmóviles esperan la luz verde; o un calzado pisa una prohibida alfombra.
Entonces te reencontrás con los orientales de allá, que no se confunden, ni camuflan, ni asemejan, por más grande y anónima que sea esa ciudad.
Publicado por Mercedes Chirico | 20 de junio de 2013 - 04:47 | Actualizado: 20 de junio de 2013 - 04:47 | PDF