75. Charles W. Moore, Donlyn Lyndon, Willam Turnbull y Richard Whitaker. Residencia de recreo, vista desde el Océano Pacífico, en Sea Ranch, al norte de San Francisco, California, 1965.
Por Gustavo Scheps (Decano de la Facultad de Arquitectura)

75. Charles W. Moore, Donlyn Lyndon, Willam Turnbull y Richard Whitaker. Residencia de recreo, vista desde el Océano Pacífico, en Sea Ranch, al norte de San Francisco, California, 1965.

Conocí el Sea Ranch en la ilustraciones 75 a 78 del libro Nuevos Caminos de la Arquitectura Norteamericana1. Debía ser el año 1974; el impacto fue imborrable. Por alguna razón —seguro que personal e intransferible— me presentó los sabores de la arquitectura en su condición más hermosa e integral.

Recién después de casi cuarenta años lo visité; con la aprehensión que uno tiene al ir a encontrarse con algo que ha idealizado.

No es fácil pero sí espectacular llegar en auto, desde San Francisco, recorriendo una sinuosa ruta recostada al acantilado que cae al mar. La temporada había terminado; el condominio estaba casi vacío. En silencio se asomaba desde lo alto al mar, como parte de un paisaje austero e inalterado.

El ambiente era casi mágico; por más que la solución ha sido repetida hasta el hartazgo —incluso por sus mismos autores— mantenía intacta la maravilla, el acierto y la frescura originales.

Ya habíamos recorrido los patios, tan distintos entre sí, y el fluido interior de un apartamento en que nos recibieron; ya habíamos disfrutado las vistas que encuadran los vanos y vacíos entre volúmenes, y habíamos advertido las muchas maneras en que los exteriores desgranaban el espacio desde el horizonte hasta los más menudos ámbitos domésticos; ya habíamos tocado las rugosas superficies de madera gris y salitrosa, recordando cuando el mismo Charles Moore explicaba que, para él, las construcciones de madera habitan a medio camino entre un edificio y un jardín. Atardecía. Ya estábamos por irnos del lugar.

Caminaba solo, entre la edificación y el mar, justo donde la pendiente empieza a hacerse más notoria, cuando percibí una presencia cercana. Pronto vi al pequeño ciervo. Me miraba con atención, inmóvil. El animal permaneció muy quieto, muy quieto; hasta que se dio media vuelta y andando con agilidad se alejó para desaparecer entre la vegetación achaparrada. Lejos, abajo, se escuchaba la rompiente. La brisa del mar era recia. Miré la gris construcción, a la vez tan frágil y tan empeñosamente firme, como una planta aferrada a las rocas frente a la intensa inmensidad del océano Pacífico. Entonces se produjo uno de esos mágicos momentos en que el tiempo parece suspenderse. Pensé que era un buen lugar para quedarse… En verdad y de cierto modo fue así. A veces me escapo, por alguna rendija de un día ajetreado, para retornar a la magia del tiempo en suspenso de la Figura 75.

Gustavo Scheps

1 STERN, R.(1969). Nuevos Caminos de la Arquitectura Norteamericana. Barcelona: Editorial Blume.

 

 

Publicado por | 6 de mayo de 2013 - 04:32 | Actualizado: 29 de mayo de 2013 - 04:38 | PDF

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