Editorial 02 – La paja y el trigo
Por Gustavo Hiriart (Docente del Grupo de Viaje 2013)
Con un menú de lugares y proyectos tan amplio como son el conjunto de Guías de viaje de la generación 2006, es lógico (y deseable) que el viajero tenga que elegir lo que va a visitar y el tiempo que le va a dedicar a cada visita. Algunas de estas decisiones pueden ser tomadas en grupo, en especial cuando implica desplazamientos en camioneta como es el caso de Europa; el estudiante puede someterse a la decisión de una mayoría, puede intentar convencer, puede también en algunos casos decidir hacer la visita individualmente, con la posibilidad de tener una experiencia única.
De los creadores de “la fila del costado siempre se mueve más rápido”, a la vuelta del viaje esta otra frase siempre se repite: “te perdiste lo mejor del viaje”. Sin embargo, a todos los que ya hemos hecho el Viaje de Arquitectura nos es imposible definir eso de “lo mejor”, lo que más nos gustó o lo que más nos conmovió. Y es seguro que tuvimos que pensarlo alguna vez, ya que es la pregunta más frecuente de amigos y familiares.
Uno podría estar más de acuerdo en que existen algunas categorías, y a partir de ahí ordenar una suerte de medallero: la ciudad más intensa, la ciudad en la que viviría, el proyecto más impactante, el diseño más refinado, etc. Estaría también (somos uruguayos y es inevitable), el ranking de la desilusión: la ciudad más fea, la más sucia (expresión dicha con nariz fruncida), el proyecto que ya no conmueve, el edificio mal construido, el que no aguanta la experiencia real y sólo vive en la foto de la revista.
Pero esta jerarquización es, no solo absolutamente personal, sino que además está generada a través de una gran cadena de casualidades. Voy a nombrar apenas algunas de mis anécdotas, de un Viaje de Arquitectura que está cumpliendo diez años ya, para describir cuán casual y aleatorios pueden ser las experiencias de un viaje tan extenso.
Primero las negativas, para dejar para el final al final feliz: cuando el grupo de viaje llegó a la ciudad Milan, el Duomo estaba cerrado y cubierto por andamios; a la casa Tugendhat de Mies van der Rohe llegamos tarde y no pudimos entrar (además, hoy día está totalmente restaurada; es decir, yo hubiera conocido una casa bastante distinta); al llegar al Kunsthaus en Bregenz nos enteramos de que vivíamos en un lunes (tuvimos que ver el edificio cerrado para saber qué día era!), y que el museo no abría ese día; en Roma, a juzgar por mi corta experiencia, llueve todos los días; las piscinas de Siza en Matosinhos están literalmente bajo agua en mi memoria, con tormenta de arena incluida; de pasada en Bologna preferí quedarme en el auto como expresión de inconformidad con conocer una ciudad en 45 minutos…
Ahora veamos un grupo de positivas: el mundo es pequeño, y la prima de un compañero de viaje trabajaba en la sede de la Mondadori, edificio de Niemeyer, al cual pudimos conocer gracias a ello; tuve la suerte de conocer Siena luego del Palio, los barrios vestidos cada uno con sus colores, los ganadores festejando en las calles; entre Mulhouse y Montreux hay algunas letras de diferencia, pero hay tres horas de viaje, y una pequeña confusión nos hizo hacer 400 kilómetros de más durante varios días, pero conocer la hospitalidad intensa que nuestro cansancio necesitaba; al no conseguir sacar a tiempo la Visa para Marruecos, algunos tuvimos que planear un viaje por el sur de España, mientras esperábamos al resto del grupo, gracias a lo cual la ciudad de Ronda está cómodamente instalada en nuestra memoria; pudimos visitar el estupendo edificio de la Fundación Gulbenkian en Lisboa, gracias a una recomendación de último minuto sin la cual nunca hubiéramos llegado.
Intento poner fin a la lista, que podría seguir hablando de la historia de la pareja de chinos que nos dieron 1200 euros para que compráramos por ellos en Luis Vuitton de Paris… o del Jabalí asado que comimos en una bodega en la Toscana, antes de conocer San Gimignano.
Las anécdotas no importan por sí mismas (no dicen además casi nada para el que no las vivió), sino para percibir que las aproximaciones no sólo dependen de lo que cada uno lleva, que le permite entender lo que conoce, sino también de un sin fin de otros factores, que terminan de asegurar que hayan tantos viajes como viajeros.
Algunos piensan que estar de viaje visitando arquitectura se parece a estar de vacaciones, y yo creo que es exactamente lo contrario, pues para el viajero interesado no hay ni siquiera domingo. Por eso hace tiempo que, siendo docente y preocupado por la formación de los estudiantes, siempre recomiendo al alumno que viaja que se invente el domingo. No tiene que coincidir con el calendario (uno no puede a veces de darse el lujo de parar el día que justo visita tal o cual ciudad, a donde no va a volver quizá nunca) pero es necesario y ayuda a asimilar, a no perder la sensibilidad sobre lo que se conoce, y finalmente a poder separar la paja del trigo.
foto: Jim Mead (CC)
Publicado por Gustavo Hiriart | 22 de junio de 2013 - 16:45 | Actualizado: 26 de junio de 2013 - 14:18 | PDF