Toro Bravo
Por Mg. Arq. María Magdalena Peña
Ese toro enamorado de la luna
Que abandona por las noches la maná’
Y es pintado de amapola y aceituna
Y le puso “Campanero” el mayoral.
“El Toro y la Luna”
Carlos Castellano Gómez
Soy de nacimiento uruguaya, típicamente uruguaya: hija y nieta de españoles.
Soy española por adopción, y no solamente en lo referente a cuestiones legales.
Siendo como soy hija de madre española –mas no de padre español-, por obra y gracia del Generalísimo, no pude aspirar a esa ciudadanía sino hasta que algún legislador democráticamente electo se convenció de que tanto valía un lazo como el otro; si no más el primero por aquello que siempre decía mi abuelo: “hijos de mis hijas…”
Pues bien, ahora que soy madre de otros dos asturianitos adoptivos, cada vez que escucho a mi hijo más chico cantar sevillanas a voz en cuello y aprenderlas con más facilidad que cualquier canción infantil, me convenzo aún más profundamente de que la memoria genética existe y es poderosa.
Tal vez sea por eso que vivencio como propios los recuerdos de la Guerra Civil que trajo mi abuela en su viaje transatlántico.
Tal vez, por la existencia de esas sensaciones y recuerdos que nacen con nosotros y que parecemos traer desde otros tiempos que nos precedieron y que son parte de nuestro ser y nuestra historia, sea que, cuando niña, disfrutaba tanto ver con mi abuela las melodramas de Marisol y Joselito que pasaban en Canal 10 a las 4 de la tarde, creo,y cuya trama simple y sin pretensiones me atrapaba.
Espero no faltar a la verdad al afirmar que tanto a mi hermano como a mí, el film que más nos marcó, vaya a saber uno por qué motivo, fue una cinta de argumento un tanto pueril, y hasta cursi, que se llamaba “El niño de las monjas”.
Creo recordar que el argumento giraba en torno a las peripecias de un niño – huérfano y pobre, faltaba más –criado por las monjas de algún ignoto –y pobre- convento, que sueña con ser torero. De más está aclarar que logra su propósito a base de sacrificio, valentía e innato talento y regresa al humilde convento que lo vio crecer rico y triunfador. Algo así era.
Lo de lo que más recuerdo es la canción: un pasodoble repetido hasta el cansancio en la banda sonora y de la, afortunadamente pasajera, vocación de torero que nació en mi hermano Ignacio, en plena década de los ochenta y en un país en que las corridas de toros están prohibidas hace años. Por suerte o por desgracia, la cuestión le duró poco: hoy es arquitecto.
En medio de toda esa euforia taurina que Ignacio y yo vivimos por esos días para placer de mi asturiana abuela materna y amargura de mi Batllista abuelo paterno, aparte de improvisar muletas, monteras y trajes de luces con cuanto trapo se nos cruzaba, incursionamos en algo que podría llamarse el cancionero popular taurino.
Además de la ya mencionada “El niño de las monjas”, la que recuerdo más claramente, seguramente porque fue moda pasajera unos cuantos años más tarde, sea aquella muy conocida que hablaba de un toro enamorado de la luna, llamado “Campanero”.
El toro bravo enamorado de la luna: canción popular.
El toro bravo enamorado de la luna: imágen símbolo de España alrededor del mundo.
No es cualquier imagen, ni cualquier toro, el que evocamos al pensar en España y visualizar a ese “Campanero” de la tonadilla. Inevitablemente viene a nuestra mente la imagen de un toro particular: el Toro Osborne.
Símbolo de España en el mundo, la silueta negra plana del toro bravo que se recorta sobre un plano neutro, ha calado de forma tan profunda en el imaginario colectivo de la Nación que su figura sustituye muchas veces la del escudo patrio en el centro de las banderas rojigualdas que se ven en eventos deportivos y de otra índole alrededor del globo.
Símbolo de España dentro de España, al punto de ser atacado y vandalizado por independentistas catalanes, como si en él atacaran algo más que un elemento material.
Hasta aquí, lo referente a la imagen del Toro, al Toro – símbolo, al valor intangible de la figura.
Pero la historia del Toro Material también es interesante y singular. Tanto que, tal vez, por si misma haya ayudado a conferir valor al otro, al simbólico, para sumarse a su indudable calidad de diseño.
Es una historia llena de contratiempos de la que el Toro sale vencedor a fuerza de valentía y talento, casi como el torerito de la historia de mi niñez.
Torero, Toro. España: todo uno. Cada unos reflejo e imagen del anterior.
Comencemos.
Para empezar, digamos que lo correcto no sería hablar de “el” toro de Osborne sino más bien de “los” toros de Osborne.
Constituyen una auténtica torada. Existen varias decenas esparcidos a lo largo y ancho del territorio ibérico, siempre asociados al trazado de la red de carreteras.
Es que ésta tan particular casta de toros bravos esta compuesta por vallas publicitarias.
O sea: la imagen de la marca España fue –y es aún- el logotipo de una marca comercial: el brandy “Veterano” de las bodegas “Osborne”. Un emblema que ha cobrado una fama tal, que ha pasado a ser el distintivo de todos los productos de la empresa, e incluso, sirvió de inspiración y razón de ser para la creación de un nuevo modelo de negocios centrado en la comercialización de decenas de productos con la imagen de mentas y que se venden en locales llamados, con gran originalidad “Torostore”. Personalmente, hubiera preferido un nombre más castizo, pero la globalización manda.
Volvamos a lo nuestro, a la historia de estas vallas enormes, diseñadas allá por el año ‘56 por el pintor y dibujante gaditano Manolo Prieto para la agencia publicitaria Azor.
Los primeros Toros –los padres de la casta, podríamos decir- no eran exactamente iguales a los actuales.
Cómo toda especie que se precie de tal, Teoría de Darwin mediante, la raza debió evolucionar para adaptarse a las condiciones externas del medio natural y, sobre todo, socioeconómico en el que le toco crecer.
Los primeros ejemplares estaban construidos en madera, lo que pronto cambió por la poca resistencia que el material presentaba a las condiciones climáticas.
Tenemos aquí, pues, la primera adaptación. A partir de 1961 pasaron a construirse de chapa metálica de 3mm de espesor.
El cambio de material permitió, por añadidura, que los Toros crecieran, pasando de los 4 metros originales a una altura de 7 metros.
En cuanto a su apariencia, no eran todavía de un solo color plano y puro, sino que los cuernos eran blancos y la leyenda de la marca “Veterano Osborne”, en caracteres blancos y rojos, se hallaba sobrepuesta a la ya imponente figura taurina.
Sin embargo, la lidia recién comienzaba y la primera faena a la que el Toro debe responder no viene en la forma de un elegante movimiento de la muleta, sino como una nueva y traicionera ley de regulación de la publicidad sobre las carreteras nacionales que fijó como distancia mínima entre la calzada y las vallas propagandísticas la de 125 metros. El Toro parece vencido a la primera oportunidad.
Sin embargo, no olvidemos que estamos hablando de ejemplares de una raza destinada a la inmortalidad de los símbolos, así que la raza completa responde al embate, transformándose.
Respondiendo a una de las más básicas leyes de la perspectiva la estarategia es sencilla y eficaz: si el objeto se aleja del observador, para que continúe percibiéndose igual, el objeto debe crecer.
Los Toros de Osborne pasaron a medir 14 metros de altura.Se convirtieron es imponentes y desafiantes figuras que se recortaban contar el horizonte.
La Ordenanza, furiosa por el embroque, vuelvió a la carga en 1988.
La Ley exigía ahora el retiro de toda valla publicitaria de las carreteras de España.
Pero los galafates para esta vez ya sabían que eran más poderosos y que la transformación era el camino.
Conocedores de las reglas de la publicidad, la estrategia es es otra vez clara y simple: si no hay contenido publicitario explícito, la valla no puede considerarse publicitaria.
Los Toros sus vuelvieron absolutamente negros, lisos, pura oscuridad recortada en el horizonte.
Por primera vez, la poderosa imagen hablaba por sí misma, sin palabras. Y ya no tanto de una bebida, sino de una presencia, de una fuerza simbólica que parecía imparable.
El rival legal era fuerte y no parecía amilanarse por la maniobra, magistral del toro bravo, enorme y negro como la noche.
La estocada final que el torero le tenía preparada parecía mortal, directa a la cerviz: en 1994, el Reglamento General de Carreteras, ordenó el desmantelamiento de todos y cada uno de los toros de Osborne.
Se equivocaron. No puede vencerse lo invencible. No puede matarse lo inmortal.
Un pueblo que los respeta y reconoce como suyos, convierte a los símbolos en inmortales.
Los toros eran símbolos ya.
El toro ha vencido al matador.
El imaginario colectivo los adopta como propios.
La voluntad de la gente de Andalucía, de España entera, se hizo escuchar como en un nuevo y sordo “No nos Moverán”: los 20 toros que se alzan en territorio bético se declararon Bien de Interés Cultural para ser inscriptos en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz.
Es cierto. Son solo 20 de los 80 toros que pueblan de manera irregular la geografía española, algunos más queridos que otros.
Pero la fuerza de la raza, está demostrada.
Son los pueblos, libres, autónomos, caprichosos, quienes deciden qué imágenes transformará con el correr de los tiempos en símbolos de su identidad.
Somos los españoles de aquí y de allá, los que son porque son y los que somos porque elegimos ser, los que determinamos, sin saberlo y a fuerza de memorias que son nuestras y del mundo, lo que nos representa ante nosotros y ante los otros.
Si a mí me preguntan, España, mi España, es un toro bravo que mira al horizonte lejano pensando en Uruguay, en América, en sus hijos y en los hijos de sus hijos que por aquí andamos cantándole al toro enamorado de la luna.
Bibliografía
Andalucía declarará Bien de Interés Cultural algunos Toros de Osborne. Recuperado el 14 de enero de 2015 de http://www.publico.es/espana/andalucia-declarara-interes-cultural-toros.html
Base de datos del Patrimonio Inmueble de Andalucía. Recuperado el 14 de enero de 2015 de http://www.iaph.es/patrimonio-inmueble-andalucia/resumen.do?id=i1581
Diccionario Taurino. Recuperado el 15 de febrero de 2015 de http://www.ganaderoslidia.com/webroot/diccionario.htm
El Toro de Osborne, de icono publicitario a símbolo de la España cañí. Recuperado el 14 de enero de 2015 de http://www.elmundo.es/elmundo/2007/01/23/comunicacion/1169557115.html
Arq. María Magdalena Peña
Arquitecta. UdelaR (Montevideo) 2006. Especialización en Gestión Cultural. Universidad Carlos III (Madrid) 2011. Máster en Diseño, Gestión y Dirección de Proyectos de Cooperación Internacional. Universidad Europea Miguel de Cervantes (Valladolid) 2014. Docente en la Facultad de Arquitectura de la UdelaR (Montevideo) desde 2006
Publicado por Angel Armagno | 13 de noviembre de 2015 - 17:11 | Actualizado: 13 de noviembre de 2015 - 17:12 | PDF