Nudo de tierra tajeado
Por Bach. Joaquín Russo
Estambul, la cabeza oriental del águila bicéfala. Pasé meses repitiendo compulsivamente en decenas de reuniones mi top cinco de lugares del mundo. Ese que nunca pude ordenar del todo pero en el que Nueva York, Estambul y Tokyo se disputaban siempre los primeros lugares. Meses de silenciosa satisfacción, fingiendo hartazgo ante alguna enésima platea de familiares y amigos que haciéndome la misma pregunta, me daban la excusa para revivir, otra vez, esos lugares siempre tan perfectos en el recuerdo. “¿A qué lugar seguro querés volver?” Por fin, apenas meses después, Estambul, de nuevo.
Horas de avión rumiando la ansiedad, más aún diría, el miedo, de que el reencuentro me refregara el desengaño por la cara. Quizás solamente con los amigos del Viaje, con el piso tan lejos de los pies, había sido tan hipnótico ese nudo de tierra tajeado entre el Mediterráneo y el Mar Negro.
El suspenso se prolongó por un rato. Mientras me llevaban desde el aeropuerto hasta el apartamento, el taxi atravesó embotellamientos por algo bastante parecido a nuestra rambla portuaria. Yo ya conocía esos lugares, era la avenida contra el mar que se veía desde la terraza de nuestro hospedaje en el Viaje, el Paris Hostel. Pero esta vez había elecciones, y las calles estaban tapadas de propaganda política y banderines. No era esa la rambla que yo desayunaba aquellas mañanas con las cerezas que comprábamos. Temí por un momento no lograr reconocer a la ciudad de mis memorias. Temí por ellas, y por mí. Temí hasta que bajé del apartamento a dar la primera caminata y el aire se llenó con el canto del Imán llamando al rezo en la media tarde. Y como si la ciudad fuera un animal que despereza los músculos de a uno, su voz se fue replicando en una mezquita tras otra hasta que toda Estambul cantó.
Y derivé otra vez por entre adoquines. Surqué los vapores de cocinas otomanas y té, bañado, lo juro, por la misma luz dorada que arropó a los cruzados de Constantinopla. Peregriné a los lugares en los que me recordaba invencible y comprobé intacto su bullicioso encanto de perpetuo mercado persa. Y bebí de nuevo al pie de la Torre Galata, y compré regalos de mujer que esta vez sí llegarían a destino. Visité de nuevo la habitación aquella donde entraste, cerraste la puerta y cruzaste el cuarto en diagonal. Y fui más. Sondeé la periferia y sus barrios, remonté el Cuerno de Oro hasta la colina del poeta, conocí de cerca la fe intensa del musulmán practicante, las mezquitas pequeñas que no están en las guías. Y reventó el polvo que en mi memoria se había acumulado con los meses sobre los minaretes y los fez como un manto de duda, y comprobé que todo aquello había sido de verdad, la hipnosis, el nudo, el tajo.
La narración precedente fue Primer Premio en la novena edición del Concurso Literario de la Facultad de Arquitectura, llevado a cabo durante el año 2016.
Publicado por Fernando García Amen | 3 de junio de 2016 - 09:40 | Actualizado: 5 de junio de 2016 - 11:54 | PDF